Ficciones

Todo Ted tiene su Robin

Los que hayan visto la serie “Cómo conocí a vuestra madre” saben de lo que les hablo. Y los pocos que no lo hayan hecho y quieran seguir leyendo, lo van a entender enseguida.

 

La serie echó el cierre confirmando lo que veníamos sospechando  temporada a temporada: el amor de la vida de Ted no fue la madre de sus hijos, como nos hizo creer… sino Robin.

 

 

 

Y de alguna forma extraña siento cercanía entre esa historia y la nuestra, si es que la tenemos alguna. Qué me digo, claro que la tenemos. Empezamos como amantes imposibles, y tras mil discusiones mantuvimos una amistad sin base lógica. Quiero pensar que sólo por tenernos cerca y saber el uno del otro.

 

 

Una amistad que nadie entendía, innecesaria, forzada si me apuras, pero leal y sólida.

Una amistad rodeada de otras personas como excusa para vernos, formando también parte de un grupo disparatado.

 

 

Sin embargo, no hay amistad que a mí me encoja el estómago tanto como la nuestra.

Una amistad con momentos de acercamiento a distintas velocidades, con confesiones alcoholizadas por falta de valor en la serenidad, con besos en la frente y abrazos dos segundos más largos de lo habitual.

Una amistad con referencias a lo poco que ha habido y miradas imaginando lo mucho que pudo ser.

 

 

Para mí, que como Ted soy persona de relaciones largas y compromisos férreos, conocerte fue toparme con el más alto de los muros. Con mi versión de Robin que no quería pareja, que no le importaba no tener hijos, que lo que más ansiaba era su libertad y que no disponía de tiempo para más compromiso que el que sus apetencias le marcaran.

 

Una y otra vez me topé con esas excusas que no entendía cuando nos entendíamos tan bien en todo lo demás. Hasta que vi que ese muro está formado de tu miedo, y esa libertad tiene dueño: tus malas experiencias anteriores, heridas sin cicatrizar. Imposible hacer que te alejaras de tu cárcel con aquella pesada bola de trauma encadenada a tu pierna.

 

Entonces, aún sin entender pero respetando, fue cuando dejé de insistir y comencé a disfrutarte. No sin llevarme sorpresas, puesto que si me alejaba lo suficiente, podía ver tus ganas de acercarte.

 

Y sucedió que otros me quisieron, otros lucharon por mí haciendo más grande tu cobardía. Pude ver cómo se rompía algo en tus ojos cuando te lo contaba. Aunque me lo agradeciste. Cómo nos duele que nos quiten algo que previamente habíamos rechazado.

 

 

Me buscabas con excusas pasajeras y ante mis risas confesabas que al menos, por ellas habíamos hablado un rato. Fuiste el más constante cuando no había partida, el amigo fiel, el apoyo sorpresa en medio de pesadillas. Fui tu consejera, nunca sentimental, a ti no te van estas cosas… pero si había que hablar de trabajo o de la vida, acudías a mí.

 

 

Sin quererlo mi mundo fue conociéndote, todos saben quién es mi Robin.

Cuando volví a estar en el juego, te volviste a alejar, sabedor que una de tus miradas desencadenaba en mí una tormenta… lo entendí. Quería que estuvieras en mi vida, aunque fuera así.

 

 

No sé definir lo que siento por ti porque te he odiado tantas veces y me he enrabietado tantas otras… sé que no estás en mi camino para vivir todo lo que yo quiero vivir y lo respeto, pero de alguna forma siento que entre tú y yo aún quedan muchos capítulos.

 

 

 

Artículo publicado originariamente en Weloversize 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.