Ficciones

Relato: Mejor, a ciegas (final)

Si quieres saber cómo comienza este relato, tienes la primera parte aquí.

Y aquí, la segunda parte.

 

El domingo encaminé mis pasos al bar de siempre. Pero no de la misma forma que las semanas anteriores. Habían sido días moviditos gracias a las “citas a ciegas” por whatsaap que me habían organizado los pesados de mis amigos. Amigos a los que, por cierto, tenía que dar la razón. Porque al final, había conectado con aquellos chicos, de una forma o de otra. Mi aparente autosuficiencia y mi escasa fe en el género masculino me habían llevado a negarme el conocer a personas nuevas.

Aquel domingo tenía de diferente no sólo aquella nueva certeza, sino también una primera cita. En persona, se entiende. Después de días hablando con Aguacate, quien fue mi segunda cita a ciegas, y tras comprobar que la conexión entre nosotros no disminuía, me atreví a decirle que nos conociéramos en persona. No había visto ni una foto de él, y eso, unido a que el sí sabía quién era yo y ya le gustaba, me hacía sentir insegura. ¿Y si era un pesado? ¿Y si en persona no fluía la conversación? ¿Y si era un golfo cierrabares, como Fran? O lo que más temía: ¿y si a pesar de tanto feeling virtual, no era mi tipo y se volatilizaban mis ilusiones? Estaba hecha un manojo de nervios.

Había quedado con Aguacate para comer después de nuestro ritual de aperitivo dominical. Mis amigos me esperaban en la terraza del bar de siempre, con la mayor de sus sonrisas.

-Vaya, cuando nosotros somos todo tu plan no te vistes tan pibón – Fran me echó una ojeada por encima de sus gafas de sol. Era su manera de darme el visto bueno.

-¡Si hasta te has pintado los labios!

-¡Parad ya, chicos! No me estáis ayudando. Por primera vez voy a quedar con un chico que me gusta, ¡sin saber ni cómo es!

-Un gran avance, Sarita, un gran avance – Laura estaba especializada en citas-tinder, y mis nervios de principiante le hacían morirse de la risa.

Durante el aperitivo traté en vano de sonsacar a Fran algún dato más de su amigo. Tere y Laura contenían sendas risitas nerviosas y Fran me despachaba con su chulería habitual.

Frustrada, miré el reloj. Había quedado en 15 minutos en un parque cercano, pero no quería llegar tarde.

-Chicos, sintiéndolo mucho, os abandono – dije levantando la mano para pedir la cuenta.

-¡Al menos invitarás tu hoy, que nos debes una!

-Que sí, Tere, que sí. Que os debo una, y que si de esta me caso, seréis mis niños de las arras… – contesté, rebuscando en mi bolso mi cartera.

En medio de las carcajadas, escuché una voz que gritaba mi nombre. Alcé la vista justo a tiempo de apresar un objeto volador que se dirigía directamente a mi cara. Un segundo más tarde, y me hubiera llevado un buen golpe… suerte que siempre tuve buenos reflejos. Pero, ¿de dónde había salido aquello?

Miré mi mano. El objeto que había cogido al vuelo era… un aguacate.

Levanté de nuevo la vista, sin comprender. Manuel, el camarero, se había acercado a nuestra mesa para dejarnos la cuenta a pagar. Mis amigos me miraban silencio y mantenían una sonrisa bobalicona en el rostro.

-¿Me puede explicar alguien qué…?

-Nos vamos cuando quieras, niña voladora – dijo Manuel, quitándose el mandil – yo ya he terminado mi turno.

Mi cara era un poema. Mis amigos no respiraban, de tan atentos como estaban estudiando mi reacción.

-Vale, creo que te debemos todos una explicación. Yo el primero. No quiero que te enfades con tus amigos, ha sido todo idea mía – Manuel había cogido una silla vacía de la mesa de al lado y se había sentado enfrente mía. Observé su pelo rubio y sus ojos verdes, chispeantes, y unos hoyuelos en sus mejillas en los que nunca había reparado.- Me gustas, Sara. Me gustas desde hace años, y lo sabe todo el barrio. Tus amigos sólo me han facilitado un modo de acercarme a ti.

-Un momento, mi segunda cita, el amigo de Fran… ¿eres tú?

-Yo soy todas tus citas, Sara. He usado mi móvil, el móvil que tienen en el bar mis padres y el de mi abuelo. Yo soy todas las personas con las que has estado hablando esta semana.

Ahora la que tenía una sonrisa bobalicona era yo. Me sentía tan tonta, tan engañada, tan… ¡tan aliviada de que Aguacate fuera alguien que me gustaba físicamente! Y no solo eso, sino que también tuviera un lado responsable, y la faceta comprensiva.

-No sé qué decir. Estoy pensando cómo asesinar a mis amigos sin que queden pruebas que me incriminen – acerté a balbucear, nerviosa.

-Deja los crímenes para otro día. Tengo reserva en uno de los sitios de los que te hablé – se levantó, decidido, y se despidió de todos. Me tendió la mano y me sonrió – ¿Vamos?

2 Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.