Ficciones

Relato: Mejor, a ciegas (segunda parte)

Si te perdiste la primera parte, puedes leerla aquí.

 

Era lunes por la noche, y llevaba diez minutos en el sofá, mando en mano, trasteando entre las diversas series que tenía pendientes para ver y sin decidirme por ninguna. El día había sido largo y anodino, de los que te dejan con ganas de apagar la neurona con cualquier cosa que te distraiga. Pero sonó el móvil. “¿Quién será a estas horas?”. No estaba acostumbrada a tener actividad en mi teléfono una vez cayera el sol.

Un número de teléfono que no conocía me había mandado un escueto “Hola”. Vaya, el jueguecito que se sacaron de la manga mis amigos empezaba. Con toda la pereza del mundo, me dispuse a contestarle (si no lo hacía sabía que tendría bronca de mi trío favorito). Tras un “Hola, ¿quién eres?”, el desconocido me contó que era amigo de Tere, que no nos conocíamos pero que le gustaría ponerle remedio a eso. “Muy original”, pensé, poniendo los ojos en blanco. Acto seguido abrí una conversación con mi amiga.

– Oye, que ya me ha escrito tu amigo. Aunque digo yo, que te conozco desde hace 20 años… más que amigo tuyo será de tu marido, ¿me equivoco?

-No te puedo decir nada. Recuerda el juego: conócele primero, a ver si te gusta. ¡No te pienso dar más datos!

-En qué hora me convencisteis de esta tontería…

-No seas sosa. Y no hagas trampas. ¡Confía en mí!

Desistí de ponerme una serie y le dediqué mi noche a mi “cita a ciegas”. Más de una vez estuve tentada de finalizar la conversación, pero recordé las críticas de mis amigos a mi forma de ser y pensé en evitar sacar mi lado más frívolo, por una vez.

El chico, que no me quiso dar su nombre (“por no darte pistas”, dijo) me contó que tenía un negocio familiar, en el que se había enfocado desde que dejó de estudiar. Que más que una imposición, le parece que dedicarse a lo mismo que su padre y su abuelo es un regalo, que lo difícil ya lo habían hecho ellos. Que le gustaba lo que hacía aunque no disponía de mucho tiempo libre. Y que quería conocer una persona con la que pasar tiempo de calidad, porque cantidad, lo que se dice cantidad, no tenía mucha.

La conversación parecía más la de un candidato a un puesto de trabajo que la de un chico intentando conquistar a una chica. Rápidamente, le catalogué de simple, workalholic y conformista. Fui correcta en el trato, pero su verborrea y su evidente intención de impresionarme con lo responsable que se mostraba en su faceta laboral no me entusiasmaron. A la hora, me estaba despidiendo de él con la excusa del madrugón que me esperaba al día siguiente. “Espero seguir hablando contigo, Sara”. O de ti, pensé mientras bloqueaba el móvil y apagaba la luz.

 

El primer mensaje de mi martes fue de Fran. Y muy temprano, para sus costumbres.

-¿Qué tal tú primera cita a ciegas?

-Psé, muy correcta. Y aburrida. Lo lleváis claro si pensáis que me podría interesar alguien así.

-Bueno, no desistas. Hoy tienes cita con mi amigo… ya verás cómo te va a encantar 😉

 

Eran las tres y media de la tarde y estaba comiendo en el comedor de la empresa cuando me saltó el segundo de los mensajes de desconocidos de mi semana:

-¿Está ocupada esa silla?

Desubicada, sólo acerté a preguntarle “Perdón, ¿te has equivocado de número?”

-¡Jajaja! No, mujer. Supuse que estarías comiendo y me preguntaba si puedo acompañarte. Al menos, virtualmente. Soy amigo de Fran.

Tuve que reconocer que este comienzo había sido mejor que el de la cita anterior. Al menos ya estaba sonriendo.

-¡Ah! Sí claro, estoy comiendo sola. Puedo hablar contigo mientras me termino mi ensalada.

-Aguacate.

-…Espero que ese no sea tu nombre.

-¡Jajaja! Muy buena. No lo es, pero me puedes llamar así, si quieres. Te decía que seguro que tu ensalada lleva aguacate.

-¡Sí! ¿Cómo lo has sabido?

-Yo sé muchas cosas 😀

La conversación fluyó durante toda mi hora de descanso y tuve que pausarla, muy a mi pesar, cuando entré en mi despacho. Me había reído, mucho, a pesar de las miradas de mis compañeros en el comedor. Aguacate era rápido mentalmente, irónico y decidido, y había conseguido interesarme. Pensé en guardar su contacto, pero así sólo conseguiría que él viera mi foto, y su identidad seguiría siendo un misterio.

Tuve que concentrarme para volver a la rutina laboral, no sin esfuerzo. Pero cuando salí del trabajo y me enfundé mi ropa de andar por casa, encendí la tele dispuesta a ignorarla y le escribí.

-Vaya, veo que me has echado de menos…

Me puse colorada. Decidí ser valiente y honesta, al fin y al cabo, me escudaba, como él, detrás de una pantalla.

-No diría yo tanto… Pero sí me intrigas. Me lo he pasado bien hablando contigo esta mañana.

-Ídem, bonita. Ya que tienes tanta intriga, ¿qué quieres saber?

Hablamos durante horas, de música, de cine, de libros y de viajes. Buena parte de nuestros gustos y aficiones eran parecidos, y nos descubríamos obras o grupos que al otro le gustaban inmediatamente. Cuando pasamos a hablar de lugares de la ciudad, se cruzaron las promesas de acudir juntos. Estaba verdaderamente encantada con esta cita. Tendría que dar las gracias a Fran cuando le viera, por más rabia que me diera darle la razón.

En medio de todo ese cruce de mensajes, mi primera cita acudió con un “Hola, ¿qué tal tu día?” que respondí cortante, tan enfrascada como estaba en mi conversación con Aguacate. No había color. Me fui a la cama con una enorme sonrisa, imaginándome cómo sería aquel chico que tanto me estaba impresionando. Aquella noche fui yo la que preguntó si al día siguiente, seguiría la conversación. “Por supuesto, Sara. Aquí estaré”.

El miércoles fue poco productivo. Anduve escribiéndome con mi segunda cita desde que abrí los ojos, pues allí estaba él con sus “Buenos días, niña voladora”. Laura me llamó a las siete de la tarde, curiosa:

-¿Cómo se te está dando, rompecorazones?

-Pues mejor de lo esperado, he de decir. El amigo de Fran es muy majo…

-¿Ves? Si es que eres una borde, y así no se puede. Mira el tinglado que hemos tenido que montar para que te abras con alguien.

-Bueno, no echéis campanas al vuelo. Seguro que físicamente no me gusta y el feeling se va al garete.

-¡Tú siempre tan optimista! De todas formas, no te centres demasiado, que aún te queda conocer a mi amigo…

No me apetecía hablar con nadie más, pero un trato es un trato. Al salir de la ducha tenía un nuevo chat con otro número desconocido. “¿Cómo estás, Sara? Soy amigo de Laura, me han dicho que no desvele mi nombre. Como imagino que has tenido un día duro, avísame cuando te apetezca y hablamos un rato.”

Me sorprendió tal muestra de consideración y prudencia. No creía que nadie me fuera a encandilar tanto como Aguacate, pero era mi última cita y la responsable de equilibrar la balanza: dar a mis amigos la razón de que ahí fuera hay gente interesante, o reafirmarme en mi caparazón de bordería.

-¡Hola! Tranquilo, ahora puedo hablar sin problemas.

-Me alegro. Cuéntame, ¿cómo estás? ¿Qué tal tu día?

Sin apenas darme cuenta me vi explicando a aquel desconocido en qué había consistido mi rutina, incluyendo aquella tensa discusión con mi jefe durante la reunión de equipo semanal. Él, hábilmente, me fue dirigiendo de forma que no solo le explicaba lo ocurrido, sino cómo me sentía al respecto. Cuando me percaté le admití, sorprendida “creo que te he contado más de mi trabajo en este rato que a mis amigos en el último año”

-A veces es más fácil abrirse con un desconocido, ¿no es cierto?

-Puede ser. Pero nunca me había pasado. Perdona por la chapa que te he dado.

-No tengo nada que perdonar. Me gustas desde hace tiempo y estoy interesado en conocerte. Todo lo que te pase, me interesa. Así que descuida.

La verdad es que me sentía bien hablando con mi tercera cita. Normalmente, mis días eran bastante solitarios, y los acercamientos de la gente que me quiere los manejaba a base de una apariencia de fortaleza e independencia. No acostumbraba a compartir mis penas ni mis preocupaciones, me limitaba a intentar distraerme. Sentirse escuchada sentaba bien.

El día siguiente, ya jueves, me lo pasé confundida. Recibí mensajes de mis tres citas, cada cual a su estilo. El responsable, el divertido, el comprensivo… Yo, que no daba coba a nadie, de repente tenía el móvil permanentemente activo con tres conversaciones de tres personas muy interesadas en mí. Me preguntaba mucho cómo serían físicamente, pero lo que más me preocupaba es cómo me hacían sentir.

Decidí invocar al consejo de sabios. Abrí el chat de grupo y les conté a mis amigos lo que habían provocado en mi cabecita con aquel juego absurdo. Con lo bien que yo vivía…

-Bien, no. Muerta en vida. – Laura y su dramatismo.

-Entonces, ¿quién te ha gustado más? – Tere intentaba ponerle ya nombre y apellidos a mi “y comieron perdices”.

-No lo sé. El que menos, el primero.

-¿El tío que se parte el lomo a trabajar y tiene claro lo que quiere? Luego te quejas de que sólo hay ninis y tarambanas, maja. Es que contigo no se sabe cómo acertar – Laura tenía razón. Cuantos tíos me había cruzado, cuya máxima aspiración era ser influencers en Instagram…

-Bueno, en todo caso, es con el que menos chispa ha surgido. Con quién más, con Aguac – borré el mensaje, a tiempo para rectificarlo y evitar las carcajadas de mis amigos – con mi segunda cita, diría yo. Aunque el chico que conocí ayer también parece interesante.

-Sara, reina, es juernes y he quedado en media hora – Fran no se perdía ningún sarao – ¿podrías ser concisa y describirnos cuál es exactamente tu problema?

-¿Cuál va a ser? ¡Que no sé qué hacer con todo esto!

-Fácil. Dices que tu segunda cita fue la mejor, ¿no? Pues dile que quieres conocerle. Y empieza a relacionarte como las personas normales, por el amor de dos.

Fran me dio el empujoncito que venía necesitando. ¿Para qué servía todo aquello, si no era para conocer a aquellos chicos? Y las sonrisas que me había sacado Aguacate, no las habían conseguido los demás. Abrí su chat y comencé a escribir

-Oye, Aguacate. Me estaba preguntando si haces algo este finde…

-Sí.

No era habitual que fuera tan parco en palabras. No aparecía ni un “escribiendo…”. Se desconectó. Chafada, ya me estaba reafirmando en mi discurso anti – citas cuando se me iluminó la pantalla del móvil de nuevo.

“Quedar contigo.”

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