No te echo de menos.
A ti no, pero echo de menos lo que me hacías sentir.
Los besos furtivos que tan bien cazabas.
Mis gritos ahogados por la palma de tu mano, porque nos iban a oír.
Los encuentros casualmente buscados.
Los disimulos, tan sobreactuados.
Ojalá volver a ver tus ojos con aquella expresión de sorpresa cuando te besé,
y tu espontáneo «¡por fin!» cuando dejé de besarte.
Tu risa, siempre alargando los buenos momentos, provocando la mía y haciéndome olvidar el origen de nuestras carcajadas.
No te echo de menos, ni quiero que vuelvas.
Pero cómo echo de menos lo que me hacías sentir…