Reflexiones

He cambiado, y mucho.

Hay gente de tu pasado con la que te encuentras por casualidad, y se empeña en escudriñarte buscando señales de que no has cambiado nada. Hablan contigo tratándote como la adolescente que fuiste, llena de timidez. Si bajaras un momento la mirada les darías la razón. Pero no lo haces. Porque ya no eres esa chica retraída, la que siempre llevaba coleta. Se lo desmientes de un golpe de melena.

Creen que seguirás tartamudeando cuando se dirijan a ti. Ilusos.

 

 

Estás igual” te dicen, esperando un gracias que nunca les llega. No es un halago. No estás igual y eso es lo que te alegra. Has trabajado mucho ya en tener la mejor versión de ti misma, como para tener nostalgia de tu yo de tantos años menos. Te costó mucho entender que el mundo ahí fuera te esperaba, y que la vergüenza no te iba a hacer llegar lejos. Años aprendiendo a distinguir lo que quieres de lo que no. Viviendo experiencias que te han llevado a desprenderte de muchas de tus inseguridades. Primero las físicas. Poco a poco, las otras. No estás igual, has cambiado, y mucho.

 

Tus logros no les importan, ni siquiera preguntan qué ha sido de ti estos años. Te miran desde la superioridad del que fue popular en el patio en el que tú ocupabas un pequeño rincón con tus pocas amigas. Pero ya no eres esa chiquilla cauta y callada, que se limita a asentir, complaciente, cuando la hablan. Ya no. Ha pasado mucho de aquello. Ahora eres tú quién lleva la iniciativa de la conversación. Ahora son tus tacones los que resuenan en el espacio, y no sus exclamaciones. Es tu sonrisa, por fin sin aparatos, la que destaca. Se sorprenden, si acaso, de tu valentía al vestir, porque te recordaban gris y discreta. Pero ni aun así son capaces de vislumbrar en quién te has convertido. 

Y esto es porque con el paso del tiempo, ellos sólo han cumplido años, pero tú has crecido.

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