El rincón violeta

Sororidad, qué bonito nombre tienes…

Todas [las feministas que conozco] saltamos de alegría hace pocos meses cuando una institución tan “señoro” como la Real Academia de la Lengua Española se dignó a incluir el término “sororidad” en su diccionario.

ALELUYA

 

En los círculos feministas era una palabra de uso habitual desde hace mucho tiempo, y no las tenía yo todas conmigo en lo de que la RAE nos fuera a dar sus bendiciones. A veces me equivoco, en este caso para bien.

 

Por tanto, y oficialmente, ya podemos decir que la definición de sororidad es:

 

Del ingl. sorority, este del lat. mediev. sororitas, -atis ‘congregación de monjas’, y este der. del lat. soror, -ōris ‘hermana carnal’.


1. f. Amistad o afecto entre mujeres.
2. f. Relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento.
3. f. En los Estados Unidos de América, asociación estudiantil femenina que habitualmente cuenta con una residencia especial.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

Pero, ¿creéis que ya hemos logrado lo más importante? No, amigas. Como en la igualdad, la institucionalización de un concepto no significa su interiorización por parte de la sociedad.

 

Y es aquí cuando entono el mea culpa. Porque yo, que intento tener puestas las gafas moradas y actuar conforme a lo que la igualdad de género requiere, me he sorprendido esta semana con actitudes de poca solidaridad con otras mujeres. Y nada menos que dos veces.

 

La primera de ellas compartía mesa y mantel con amigas a las que no veía desde hacía meses. En el relax de la sobremesa, poniéndonos al día acerca de lo sucedido a nuestro alrededor, saltó la noticia de que una conocida nuestra, soltera, se había quedado embarazada sorpresivamente. La conversación fue algo parecido a lo que sigue:

 

“¡¡No!! ¿De quién?”

“Se dice que de un rollito que tuvo”

Ha debido engañarle para quedarse embarazada y retenerlo… se dice que él no quería nada serio”

“También que él no se va a hacer cargo”

“Se va a arrepentir de lo que está haciendo… cómo puede… ¡y ella sola!

“Lo peor es tener el cuajo de querer un niño y embarazarte del hombre con quien te acuestas sin consultarle su opinión”

“Claro, como ya tiene los cuarenta y no consigue novio…

…sororidad, vete tu a saber dónde te metes…

 

Yo, que participé activamente en la conversación  (y no me escondo), con alguna de estas frases tan poco atinadas, tardé un buen rato en reaccionar para desandar el camino automático que había recorrido y tratar de reconducir al grupo hacia una actitud más respetuosa, de tipo: “no debemos jugarla, no sabemos lo que ha pasado”.

 

Pero el daño ya estaba hecho. Una vez más, la película ya estaba montada en nuestra cabeza y los papeles repartidos: la chica es la mala y manipuladora, el chico es el inocente.

El eco de esta actitud mía resonó un tiempo en mi cabeza, pero no lo suficiente: café en mano, y conversación trivial con otra amiga, allá que me lancé a minusvalorar la actitud de una mujer que desea tener pareja frente a la de un hombre que ha dejado claro que quiere estar soltero. Un desprecio apenas perceptible para mí, pero no para mi interlocutora: no pude sino darla la razón cuando me abrió los ojos.

 

 

Chicas, de algo me he dado cuenta con esto: la sororidad no va a venir a exorcizarnos y a librarnos de las niñas poseídas por el demonio del patriarcado que a veces somos. La sororidad es y debe ser entrenable, porque no nos han metido ese software en nuestras cabecitas. Y debemos ser a la vez entrenadas y entrenadoras: la sororidad es también reconducir comentarios hirientes de nuestras amigas hacia otras mujeres. La sororidad es detectar los ataques que una misma iba a producir, reprogramar la conversación y esquivar el ejercicio del desprecio que nos han enseñado a tener las unas por las otras. Sororidad es apoyo, pero sobre todo: sororidad es respeto.

 

Gracias a la chica imantada de los zapatos rojos que me ha hecho comprenderlo.

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